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viernes, octubre 01, 2010

TORTILLA DE CLEMBUTEROL

Lo dice un experto en medicina deportiva que prefiere mantenerse en el anonimato: "Con un filete de carne intoxicada podría bastar para alcanzar esos niveles tan mínimos de clembuterol. Incluso se han dado casos en los que los afectados han arrojado tasas de hasta 0,1 nanogramos". La detectada en la orina de Alberto Contador es de 0,05-. Dicho de otro modo, son 50 picogramos (0,00000000005 gramos por mililitro).
Contador, en un alegato tan firme como su actitud en carrera, esgrimió ayer como única defensa haber consumido varias piezas de un solomillo que le llevaron desde Irún la misma mañana en el que los inspectores de la UCI le realizaron el control. Un solomillo contaminado, una realidad no tan descabellada pues el clembuterol, producto prohibido por Sanidad en España, es utilizado por los ganaderos fraudulentos para engordar a los animales aumentando el tamaño de sus músculos. La trampa, habitual en tiempos no tan pasados -basta recordar los brotes aparecidos en el País Vasco en 1992 por la ingesta de carne contaminada o, el mismo año, los 4.000 kilos de carne de ternera procedentes del matadero de Sabadell que se retiraron después de que resultasen afectadas cerca de 200 personas-, se ha hecho más extraña en la actualidad por los controles alimentarios a los que son sometidos los ganaderos. "Pero esos controles", asegura el experto, "no son comparables en exhaustividad a los que hay en el ciclismo, que son tan perfectos". De hecho, Contador fue sometido a controles casi diarios, pero sólo aparecieron trazas de clembuterol el "día del solomillo" y, en menor medida, al día siguiente.
El clembuterol, es un estimulante y anabolizante antiguo, de aquellos años 80 del dopaje casero, previo a la llegada de la EPO, a las drogas modernas y a los enmascaradores. Es tan fácilmente detectable que ni siquiera las cantidades ínfimas pasan desapercibidas para los laboratorios como el de Colonia, que detectó hace poco más de un año los 0,02 nanogramos que retenía en su cuerpo la atleta Josephine Onyia. Por eso a nadie se le ocurre doparse con clembuterol. Sería como tratar de correr más que Usain Bolt poniéndose un cohete marca Acme en el culo. A Contador le ampara el hecho de que la cantidad de clembuterol hallada en su organismo es tan sumamente insignificante que a nivel fisiológico no genera desigualdad en la competición.
Pero mucho me temo que haber ganado tres Tour de Francia le va a pasar factura. De hecho, en los ambientes es conocido que los directivos de la Federación Francesa de Ciclismo se ponen como la niña del exorcista cada vez que alguien les recuerda que llevan 25 años sin que ningún ciclista francés gane el Tour. El último fue un enorme campeón, Bernard Hinault, que ganó el Tour de 1985. Uno de los grandes. De cuando los pedales llevaban calapies y los cuadros no eran de fibra de carbono. Hinault dio al ciclismo momentos épicos de indescriptible belleza y mantuvo una lucha sin cuartel con otro francés recientemente fallecido, Laurent Fignon, que logró ganar el Tour en 1983 y 1984.
Hinault fue el culpable de que me enamorara del ciclismo. Gracias a él me compré mi primera bicicleta de carreras. Años después, me di cuenta de que aquello del ciclismo era cansado de cojones y decidí hacerme funcionario. Ahora veo el ciclismo por la tele, y la verdad es que he disfrutado de inolvidables tardes de sofá con Hinault, Lemond, Fignon, Perico Delgado, Indurain, Sastre, Contador... Con Armstrong no. Porque el ciclismo y la humildad son conceptos inseparables, y Lance Armstrong no cuadra en esa ecuación.
Este verano disfruté viendo a Contador en el pódium de París, pero me entristeció ver a Bernard Hinault ejercer de auxiliar de los maestros de ceremonias, poco menos que de conserje de los directivos federativos, de los políticos, que eran los que entregaban los trofeos, las flores, daban manos y posaban para la foto. Hinault, un campeón como pocos, con cinco Tours, tres Giros, dos Vueltas y un Campeonato del Mundo en su zurrón, bajaba la mirada, se apartaba a un lado, sujetaba el micrófono, y dejaba que los flashes se los llevaran otros. Los que no han dado un pedal en su puta vida.
El ciclismo es un deporte cruel que fagocita a sus héroes. Algunos han muerto desangrados en la carretera, como Fabio Casartelli. Otros han muerto deportivamente tras la decisión de un comité de directivos, como el bejarano Roberto Heras. Otros se dejaron la piel y se fueron a su casa antes de que las venganzas de opereta les alcanzaran por la espalda, como Induráin. Otros han quedado para hacer un triste papel, como Hinault, que ama tanto el ciclismo que es capaz de dejarse relegar a un segundo plano con tal de permanecer cerca de él. Alberto Contador, que sabe quién es Hinault y lo que ha hecho, no pasó delante de él sin mirarle, como hicieron los políticos de tres al cuarto que subieron al podium del Tour. O como hicieron Tom Cruise y Cameron Diaz, que pasaban por allí y se apuntaron a la foto. Alberto se paró a hablar con él, le dio la mano con admiración y tuvieron que decirle que se colocara en su lugar para recibir su trofeo. 
Me temo que a Contador se la tienen jurada. Ojalá me equivoque, pero me da en la nariz que le van a hacer pagar sus tres Tours, el Tour de Ocaña, el de Perico Delgado, los cinco Tours consecutivos de Induráin, el de Sastre y el de Pereiro, todos, de una tacada. De momento, el diario francés L´Equipe -como siempre- no ha perdido el tiempo y ya ha publicado que conocen a alguien que le contó a uno que otro dijo que había no se qué de unas transfusiones de sangre. Periodismo del alto nivel con dos ingredientes: mierda y un ventilador. Y es que una cosa es defender el juego limpio, y otra colocar bajo sospecha a todo el que molesta. Pero a nuestros vecinos eso les da igual.

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