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lunes, enero 24, 2011

LA INCOMPETENCIA DE LOS REGULADORES

Es una constante del poder político gobernante afirmar que los distintos organismos reguladores han funcionado correctamente en la brutal crisis que estamos atravesando (aquélla que en 2008 no existía). 
Ni lo han hecho en el pasado reciente, ni lo hacen ahora. Un ejemplo que lo demuestra: el precio del barril de crudo Brent está bajo mínimos, y sin embargo el precio de la gasolina está en máximos históricos. 
¿Por qué esta brutal subida de los carburantes? Fundamentalmente por dos razones: las constantes subidas de impuestos que gravan el oro negro (en 2009 el Gobierno aumentó el impuesto sobre hidrocarburos y en 2010 el IVA), por una parte, y la apreciación del dólar frente al euro, por otra. El principal organismo regulador a nivel comunitario -el Banco Central Europeo- calla y aplica una política monetaria que mantiene al euro bajo mínimos frente al dolar. En consecuencia, las importaciones de petróleo se encarecen. El barril de petróleo se sitúa en 94 euros, un 40% más barato que en la anterior crisis del petróleo de 2008, en la que llegó a alcanzar -en el mes de julio- los 144 euros. Una materia prima barata y un producto final encarecido a base de impuestos origina el fenómeno que en microeconomía se conoce como "pérdida irrecuperable de la eficiencia por la tributación"

Lo verán nuestros ojos: cuando repunte la inflación, la medida que adoptará el Banco Central Europeo será encarecer los tipos de interés, entre ellos el Euribor. Al tiempo.

Ante los dos factores aludidos, las grandes petroleras que operan en España pactan precios mediante evidentes prácticas colusorias -ilegales, por tanto-, y enjugan sus costes tributarios en los sufridos bolsillos del consumidor. Y ello ante la pasmosa pasividad de dos reguladores clave en la economía, la Comisión Nacional de la Competencia y la Comisión Nacional de la Energía. La primera, ignorando prácticas restrictivas de la competencia que todos vemos menos ella. La segunda, que simplemente está ocupada en otros asuntos, como informar favorablemente -sin despeinarse- reiteradas subidas del precio de la energía eléctrica (la última superior al 10% de media). 

En este país le pegas una patada a una piedra y te sale un organismo regulador... que no hace nada o que se entretiene jodiéndonos la vida...

La duda que le surge a este escribiente ante la previsible huelga que se cuece en el sector del transporte -duramente golpeado por la incesante subida de los carburantes- es la siguiente: cuando las ciudades empiecen a notar el desabastecimiento, cuando los camioneros bloqueen las carreteras, cuando los taxistas se nieguen a llevar viajeros, cuando las empresas de transporte de viajeros bajen la cortinilla... ¿militarizará el sector el eficaz Ministro de Fomento? ¿Volveremos al estado de alarma del que apenas acabamos de salir?

miércoles, enero 12, 2011

ECONOMÍA Y ECOLOGÍA

Ayer se supo que Alemania ha crecido durante 2010 a una tasa del 3,6%, corroborando su papel de locomotora de la economía europea. Merkel, la premier que vino del Este, ha sabido enderezar el timón germano con mano firme y ha convertido a su país en el primer Estado europeo en coger el rebufo de la salida de la crisis. Mientras tanto, España prolonga su agonía y el gobierno sigue a verlas venir, poniendo parches, tratando de negociar reformas con unos sindicatos verticales que hace unos meses mandaron al gobernador del Banco de España "a su puta casa", conteniendo la respiración cada vez que acude a una colocación de deuda pública y echando la culpa de sus males a los especuladores. En definitiva, perdiendo el tiempo, porque está claro que Zapatero, el del talante, le ha cogido gusto al gatillo del Decreto-ley, y así es como aprobará las reformas pendientes.

Igual que "España no es Grecia", y que "España no es Irlanda", slogans repetidos hasta la saciedad -como si repetir mil veces un deseo fuera a transformar el deseo en realidad-, está claro, para nuestra desgracia, que España no es Alemania.

En España se implanta una moda, se convierte artificialmente en necesidad y se torna inamovible. En Alemania se implanta una moda, se constata su falacia, y se sustituyen hábitos y políticas. Y para muestra un botón: los poderes públicos españoles llevan décadas machacándonos con la necesidad de reciclar los residuos: en 25 años, el Estado, las 17 CC.AA., los más de 8.000 ayuntamientos y diputaciones españolas y todo el enjambre de burocracia que me dejo en el tintero (Cabildos y Consejos Insulares, Diputaciones forales, sociedades públicas...), han gastado miles de millones de euros en llenar nuestras ciudades de contenedores amarillos, azules y verdes, en comprar camiones de recogida, en contratar personal, en construir plantas de reciclaje, centros de residuos, plataformas de transferencia... Todo con el aplauso de las asociaciones ecologistas oficiales. Ha tenido que ser una asociación desconocida la que ponga de manifiesto la inutilidad del sistema.

Miles de millones mal destinados, que han servido -fundamentalmente- para enriquecer a empresas como Ecoembes, a la que los consumidores le regalamos literalmente la materia prima (envases, vidrio, etc...) y el Estado se la clasifica, compacta y entrega pagando esos costes de transacción -de nuevo- con nuestros impuestos.

En Alemania se han dado cuenta de que los envases no son basura, que valen dinero. Y los propios supermercados alemanes recogen los envases, entregando a cambio a los consumidores un vale, que puede canjearse en la siguiente compra. El resultado es que en Alemania se recuperan el 98,50% de los envases, mientras que en España se recicla un porcentaje que ronda el 20%. En Alemania es prácticamente imposible encontrar una lata de pepsi en el campo, porque es recogida inmediatamente para su canje por quien la encuentre. Por no mencionar la ayuda real que muchas familias alemanas perciben con ese descuento en su compra del mes, algo desconocido para los que seguimos separando nuestros residuos y entregándolos a cambio de nada.

Aquí seguiremos con el mito del reciclaje, tirando los millones que no tenemos y creyéndonos que se hace ecología al andar. Y no, con frecuencia la ecología se hace volviendo a las antiguas costumbres de nuestros abuelos, que canjeaban las botellas de vino o de La Casera en la tienda del pueblo.

domingo, enero 09, 2011

SMOKE ON THE WATER

Cuando J.R.R. Tolkien decidió evadirse de la sinrazón de este mundo, y crear el suyo propio, imaginó algo más que un conjunto de seres con sus defectos y sus virtudes (hombres, enanos, elfos, hobbits...) y un nudo gordiano de guerras y aventuras difícil de desentrañar. Imaginó un universo sobre el que pendía la amenaza universal del totalitarismo. 

El Maestro no podía ocultar su desprecio por las criaturas de la oscuridad -orcos, trolls, trasgos, Uruk-hai, magos y nigromantes vendidos a la Torre Oscura y al reino del terror y la sombra de Mordor- y precisamente porque conocía bien a esos muñidores de guerra, muerte y destrucción, trazó sus perfiles con una maestría inigualable. De igual modo, describió fielmente a las demás razas: los hombres -descendientes de Númenor- valientes, orgullosos y guerreros, cegados por la codicia y regidos por la espada; los enanos, trabajadores, cabezotas, fuertes y ambiciosos, regidos por el hacha; los elfos, seres musicales elevados a la consagración y a la contemplación de la belleza. Espíritu puro adaptado a su hábitat mediante ciudades-árbol y finos arcos y flechas dirigidas con una puntería milimétrica. Y los hobbits.

Tolkien tenía en los hobbits a sus preferidos. No por el retrato que de ellos se hace en la excelente trilogía cinematográfica de Peter Jackson, sino por las extensas y amables páginas que el catedrático de lengua y literatura de la Universidad de Oxford les dedica en su obra, El Señor de Los Anillos. 

Los hobbits eran unos pequeños y longevos seres caracterizados por su familiariedad; eran solidarios, trabajadores, amantes de la libertad, del trabajo en el campo, de la comida y la bebida y dados a la risa, a la fiesta y a la chanza. Incapaces de hacer daño a cualquier otra criatura, pero capaces de empuñar una espada para defender su libertad y sus valores. La ambición en ellos brillaba por su ausencia. Un agujero hobbit y un trozo de tierra que cultivar, era lo único que necesitaban. Ah, y tabaco de pipa de la Cuaderna del Sur, por supuesto. 

Los hobbits, y la tolerancia y la buena vida eran todo uno. No había hobbits que se quejaran de los fumadores de pipa, ni surgió la necesidad de prohibir el consumo de tabaco en la Taberna del Poney Pisador. Las pequeñas criaturas de Tolkien se autorregulaban, de modo que no era necesaria ninguna Salgado ni ninguna Pajín que, erigiéndose en defensoras de la salud de los demás, prohibieran nada. Paradojas de la vida, los seres más respetuosos con los demás y con el medio ambiente, bebían cerveza y fumaban en pipa. Si hubieran nacido en esta Edad, y no en la Edad Antigua, probablemente fumarían Marlboro y serían moteros como mi amigo Salva. Pero la diferencia esencial de aquellos hobbits con los de ahora, era que aquellos amaban la libertad, su bien más preciado, por cuya defensa fueron capaces de emprender un largo y arriesgado viaje y de luchar hasta la extenuación contra criaturas infinitamente más poderosas que ellos. Los hobbits de hoy en día también están que fuman en pipa, pero de otro modo: se quejan, se quejan y se quejan, mientras el Poder de la Torre Oscura pisotea sus derechos y su libertad repetidamente y encima les dice que lo hace por su bien. Estos hobbits se quejan mucho, porque están más puteados que los de la Tierra Media, pero no hacen nada.

Con lo sencillo que era determinar -a traves de las Asociaciones de Hosteleros- la existencia de locales con y sin humo (incluso, llegado el caso, con compensaciones económicas por pérdida de clientes para estos últimos por parte de los primeros), y que cada cual eligiera donde ir, no me cabe duda de que la surrealista Ley Antitabaco que acaba de entrar en vigor, es perjudicial para la libertad, y también para la salud

Y no me cabe duda de que si Tolkien viviera, estaría decepcionado con estos nuevos hobbits que tanto se quejan y que tan poco están dispuestos a hacer.