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martes, noviembre 02, 2010

LOS BACON DEL SIGLO XXI

Francis Bacon nació el 22 de enero de 1561 en Londres. Sus padres, Nicholas Bacon -guardasellos de la reina Isabel I- y Ann Cooke -emparentada con el primer ministro de la corona Lord Burghley- lo criaron en el seno de una típica familia protestante británica. Bacon ingresó en 1573, junto con su hermano Anthony, en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Su contacto con la élite del mundo universitario le hizo abandonar el aristotelismo, al que poco después calificó como "un pensamiento estéril". En 1576 ingresó en el Gray´s Inn a fin de cursar la carrera de Derecho, pero en 1579 recibió un revés inesperado: la muerte de su padre y los problemas económicos subsiguientes le obligaron a regresar precipitadamente a Londres. A pesar de las dificultades, se graduó en leyes y en 1584 comenzó su carrera política, siendo designado miembro de la Cámara de los Comunes. Con 23 años, Francis Bacon era un joven abogado y parlamentario británico con una solvencia intelectual y filosófica fuera de toda duda.

Como estadista, su ilimitada capacidad intelectual le abrió el camino a los puestos más altos en la gobernación de Inglaterra. Pero si en conseguirlos desplegó esa capacidad, no intervino menos su afición por la intriga política, su deslealtad para con los amigos y su inmensa ambición. Precisamente ha sido su actuación en la vida pública inglesa la que, siglos después, ha perjudicado su reputación en sus otros aspectos de filósofo y escritor. A nadie mejor que a él se le puede aplicar la definición de "moralista que no sigue sus propios consejos". "El Príncipe", publicado en 1532 tras la muerte de Maquiavelo, fue quizá una de las fuentes en las que Bacon bebió para trazar el plan que le llevara conseguir sus objetivos. En efecto, más de la mitad de su vida pasó Bacon tratando de alcanzar lo que su desmedida ambición le dictaba. Sin embargo, su turbio proceder no le sirvió para alcanzar el tan ansiado favor de la reina. Cuando ésta murió, Bacon tenía 42 años. El sucesor, Jacobo I, le fue más propicio y con él consiguió los máximos cargos ambicionados. Pero no supo, una vez en la cima como Lord Canciller, ser leal a la confianza depositada en él. Se le acusó de haber cometido en su cargo veintitrés delitos de corrupción. Cierto es que Bacon, según iba ascendiendo, perdía las amistades y llegó a tener muchos más enemigos que amigos. 

Bacon se reconoció culpable y apenas pudo, con su defensa, aminorar la gravedad de las inculpaciones. Después de la condena y de la pérdida de todos sus cargos, se retiró a una posesión familiar y se dedicó al estudio y a sus tareas filosóficas y literarias. 

Bacon es un ejemplo de cómo el poder puede corromper a las personas, independientemente de su nivel intelectual y cultural. El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Esta máxima, extrapolable a nuestros días quizá con más claridad que nunca, debería hacernos reflexionar sobre cómo afecta la tentación del poder a pobres individuos sin oficio ni beneficio cuyo único refugio a su estulticia intelectual es un partido político. Sobre cómo el veneno de los privilegios y del coche oficial penetra en el torrente sanguíneo del que nunca nada ha tenido. Sólo si nos damos cuenta del riesgo que creamos nosotros mismos al votar a determinados sujetos cada cuatro años y entregarles el poder, caeremos en la cuenta de nuestra irresponsabilidad y de nuestra distancia de la política. Sólo dándonos cuenta de que precisamente el pasotismo político de la mayoría de la sociedad beneficia a los partidos y a los políticos que maman de sus estructuras jerarquizadas hasta el paroxismo, podremos poner un primer ladrillo para cambiar lo que funciona mal. 

Como filósofo, a Bacon se le suele considerar fundador de la filosofía moderna, en su tendencia empírica, y padre de la moderna investiga­ción científica; pero ambas cosas resultan exageradas. Bacon tuvo el mérito de considerar insuficiente el método escolástico y tratar de exponer un nuevo método de investigación mediante el conocimiento minucioso de la naturaleza, prescindiendo de todos los prejuicios que procedían de las ideas aceptadas sin comprobación o de opiniones de autoridades antiguas tenidas como dogmas. Pero él mismo no fue demasiado consecuente con sus propósitos, y en su filosofía hay todavía mucho de escolasticismo y de prejuicios aceptados sin examen. Aspiró a superar, en su Instauratio Magna, la autoridad (entonces casi absoluta) de Aristóteles, cuya influencia, sobre todo en las ciencias naturales, impedía investigar libremente. Con ese mismo fin escribió su Novum Organum, en el que exponía un nuevo método de razonamiento inductivo mediante la observación minuciosa que sustituyera al método deductivo basado en la abstracción y en la auctoritas antigua. Trató de que el conocimiento se basara en la experiencia sensible ayudada por el intelecto, pues la observación había de completarse con la reflexión metódica y con la experimentación. Negaba la existencia de las ideas innatas. Los prejuicios de los que debía huir el investigador eran clasificados por Bacon en cuatro grupos a los que llamaba idola (ídolos) y eran los prejuicios procedentes de la propia especie humana, de la personalidad individual, de las relaciones con las demás personas y de las autoridades antiguas y contemporáneas.

El inconveniente de la labor filosófica de Bacon, de indudable valor en su intención, es que su autor no profundizó suficientemente y nunca pasó de ser un aficionado en sus investigaciones, en las que ni siquiera aplicó los métodos que propugnaba. No sintió demasiada curiosidad por la ciencia de su tiempo y así, cometió el imperdonable pecado de ignorar o incluso desdeñar los trabajos decisivos de Copérnico, Kepler, Galileo y Vesalio. Gran parte de su fama descansa, sobre todo, en sus Ensayos. La denominación de Essays (ensayos) no tiene del todo la acepción que modernamente se da a ese género, sino la de reflexiones e intentos de sopesar y valorar los temas más variopintos, desde los proyectos ideales para la construcción de un palacio hasta los aspectos característicos del matrimonio y la soltería, pasando por asuntos tradicionales como la ira, la envidia, la política o el gobierno. Los Ensayos de Bacon están escritos en la prosa inglesa más condensada y sencilla que jamás se haya escrito, por eso su lectura requiere mucha atención. Aunque Bacon rechazaba el escolasticismo y la dogmática aceptación de autoridades antiguas, sus ensayos están cuajados de citas latinas; pero en sus tiempos eso no representaba ninguna dificultad para el lector culto, ya que el latín seguía siendo el idioma científico y filosófico y de cuantas obras pretendieran un mínimo nivel de seriedad en el mundo del saber.

En definitiva, Bacon fue un intelectual de solvencia reconocida que, a pesar de sus múltiples limitaciones, ha pasado a la Historia del pensamiento como uno de los grandes pensadores multidisciplinares del Renacimiento. Un intelectual que saltó al charco de la política, salió salpicado por la corrupción y la deshonra y se retiró a sus aposentos literarios y filosóficos con dignidad, después de reconocer sus culpas y pagar por ellas. 

¿A qué aposentos literarios, filosóficos o intelectuales se retirarán nuestros políticos actuales, esos que sin formación alguna rigen nuestros destinos, esos que hablan del dinero público como algo "que no es de nadie" (Calvo dixit), esos que -sin saber probablemente administrar una comunidad de vecinos- tienen en sus manos la gobernación de todo un país, incluso esos que teniendo una profesión definida han optado por vivir profesionalmente de la política sin preocuparles en absoluto el bien común? La respuesta es evidente, no tienen aposentos a los que retirarse, por eso tratan de aplicar una máxima que les acerca al pensamiento maquiavélico: crear problemas continuamente para brindarse como los adalides de la solución, a fin de perpetuarse en el poder. Lo dijo sibilinamente Luis XIV hace 300 años: "todo para el pueblo, pero sin el pueblo". Es la muerte del individuo y el triunfo de la maquinaria.

Las preguntas son varias: ¿hasta cuándo la sociedad va a tragar con este nuevo despotismo no ilustrado? ¿cuándo la sociedad caerá en la cuenta de que no es una masa informe de carne con ojos, sino que está formada por individuos? ¿cuándo esos individuos que integran la sociedad recuperarán su dignidad, apartarán el pie que les aplasta y exigirán a los políticos que gobiernen para ellos?

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