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martes, junio 14, 2011

INDIGNADOS, PERO MENOS

Se veía de venir. El fenómeno "Indignados" se desinfla, pese al machacón -y ya cansino- esfuerzo de Enrique Dans y de otros gurús de la red por mantenerlo. El campamento de Sol, que empezó como un admirable laboratorio de ideas que tenía hasta una "comisión de mantas", ha acabado como La Celsa: un reducto chabolista plagado de mierda, de desperdicios, de fumapetas y de rumanos de malvivir en el que las pobres indignadas tenían que irse a dormir a casa para evitar que algún yonki les metiera mano (o algo peor) al amparo de la inhóspita noche madrileña. 

Las noches sin dormir, el cansancio, la desubicación psicológica que produce estar en la calle sin un referente domiciliario estable, la lluvia, y sobre todo, el hecho de que tantas ideas salidas de la burocracia asamblearia fueran a parar a ningún sitio, han hecho que los indignados prefieran volver a casa de mamá a comer caliente, o al piso compartido a estirar las piernas en una cama. La revolución que la hagan otros, que estamos cansados.

Pero el tiro de gracia al movimiento 15-M se lo ha dado uno de los propios impulsores del fenómeno; ayer se supo que uno de los indignados de la Puerta del Sol resultó agraciado con un premio de la lotería primitiva. Aproximadamente 1.300.000 €. Coño, eso da para una jaima que ni la de Gadafi, oiga, pero dicen sus conocidos que al menda se le acabó la indignación de una tacada y dejó el campamento a toda hostia, que dicen los castizos. Se le pasó el anticapitalismo en tres minutos de reloj, en cuanto recuperó el resuello.

En los sesenta los revolucionarios fumaban maría y bebían tintorro, tocaban la guitarra o lo intentaban, veían colores inducidos que giraban mirando un folio en blanco, se dejaban el pelo largo y sobre todo (recalco el "sobre todo") se negaban a participar en los mecanismos opresores del Estado y del capital.  Bien es verdad que muchos de los revolucionarios de ayer a día de hoy se desplazan en coche oficial, comen en Zalacaín y por su sillón maaatan. Pero, la verdad, no me imagino a un revolucionario de los sesenta protestando contra el sistema (de su época) y jugando a la Lotería Nacional franquista. Es un contrasentido en si mismo. 

Miren, si algo tenían los revolucionarios de antaño era una dosis extra de romanticismo y de utopía; y quizá eso los hacía atractivos, incluso -si me apuran- entrañables. Esos chicos de pelo largo rodeados de moscas y que escuchaban a Deep Purple, a Thin Lizzy y a tantos grandes de la música, los precursores de la figura del perroflauta, tenían su aquél. Pues bien, resulta que los revolucionarios de hoy, los que visten vaqueros Levi's, viajan por Europa como becarios Erasmus, tienen tela para salir todos los fines de semana y escuchan el grito revolucionario de Amaral, echan la primi por si acaso. Por si acaso suena la flauta y toca dejar de ser revolucionario.

Ese indignado de la suerte ha declarado que se va a convertir en empresario. Desconcertado me deja, pues creía que los acampados luchaban y protestaban, entre otros, contra la patronal, esa asociación de especuladores y de constructores barrigudos de traje gris que oprime a la clase obrera. 

Hay que ver como soy... Me sale sola la vena crítica. El chaval habrá querido decir que se va a convertir en emprendedor, que mola más, no en empresario. Y seguro que va a dar trabajo solidariamente a muchos de sus compañeros de revolución, sin explotarles ni un poquito, dándoles un mes de vacaciones retribuídas, seguridad social y pagándoles un sueldo de 3.000 euracos al mes. Así el chaval pondrá la primera piedra para crear un mundo más justo, más solidario y más equitativo.

También creía que luchaban y protestaban contra la banca, esa aspiradora de beneficios e ilusiones que nos tiene asfixiados con las hipotecas. Me pregunto si el indignado de la suerte habrá depositado el pastizal en un banco, o lo tendrá metido en una caja de zapatos en su casa. Porque depositarlo en un banco quedaría un poco incongruente, ¿verdad? Y buscar el banco que más interés te ofrece, ni les cuento.

Qué diferentes se ven las cosas con la buchaca llena. Pero créanme, no le guardo rencor, pues al fin y a la postre, sus debilidades son humanas, como las de todos, y por tanto comprensibles. Y no hacen daño a nadie. Sin embargo, me produce un poco de pena ver que lo que los indignados no han captado es que son como un microbio en mitad de la galaxia que es el sistema económico. Su protesta -la de todos- es comprensible, razonable en algunos aspectos, mediatizada en otros y politizada en lo ideológico, pero es como la cagada de una mosca sobre el lomo de un elefante. Enhorabuena, chaval. Disfrútalo... y no te lo gastes todo de golpe.

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