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viernes, abril 16, 2010

IDIOTIZADOS POR LA ADULACIÓN

Que el ser humano es uno de los animales más débiles arrojados por la madre naturaleza sobre la faz de la Tierra, ya lo sabíamos. Pero a veces esa triste realidad para nosotros se manifiesta con una crudeza extrema. Toda Europa anda estos días más que preocupada por la nube de humo y ceniza provocada por la erupción del volcán de Islandia. Una nube que si en vez de venir de un volcán cuyo nombre no hay dios que lo pronuncie, viniera de un gigantesco porro europeo, pues por lo menos nos daría la risa, pero qué va. No bastó con que Islandia fuera el primer Estado europeo en llegar a la quiebra gracias a la crisis que Solbes negó repetidamente frente a Pizarro, encima les tenía que tocar un volcán. Además Islandia, tradicionalmente gobernada por orondas mujeres rubias -cercanas a las amazonas vikingas de mis más inconfesables fantasías- es un país que aunque no conozco me cae bien, y me duele que les toquen de lleno todas las desgracias. 
Se cabrea un volcán y las comunicaciones aéreas de todo un continente se van a tomar por saco; miles de vuelos cancelados, miles de problemas personales, empresariales y amorosos ("me dejaste plantada en Heathrow con la bruja de tu madre, desgraciado"), miles de negocios truncados por un retraso o por una reunión que no pudo celebrarse... 
La gran fumada del volcán (¿o se dice fumarola?) va a tener unas consecuencias económicas difíciles de predecir, a añadir al panorama que ya tenemos, que tampoco es para encender la traca y darle alegría a tu cuerpo macarena. El volcán de marras ha traído a mi memoria la imagen que tenía en la cabeza cuando hace años di nombre a este blog: la imagen ruinosa de la imaginaria ciudad de Isengard, inventada por el mago J.R.R. Tolkien, inundada por las nubes negras y los vapores venenosos de Mordor.
Somos débiles hasta un extremo que ni sospechamos. Un simple apagón de una semana de duración provocaría disturbios en las calles, nos dejaría sin poder cocinar, con el frigorífico hecho unos zorros, y sobre todo... nos dejaría incomunicados (ni teléfonos, ni ordenador, ni radio, ni televisión...) y sin un duro, porque hasta los cajeros automáticos se negarían a escupir dinero. Y eso un simple apagón. Un crack informático, al estilo del cinematográficamente narrado en La Jungla IV, nos haría retroceder hasta la Edad de Piedra.
Pero hoy no quería hablar de fenómenos geo-meteorológicos ni de otros cataclismos, sino de la debilidad. Decía antes lo de la madre naturaleza, que siempre queda bien para poner de manifiesto que no somos más que mierdecillas pinchadas en el delicado equilibrio de un planeta del que abusamos a diario y que deberíamos cuidar bastante más. Inteligentes, pero mierdecillas al fin y al cabo. Ahora tocaría decir aquéllo de que las humanas son las crías animales más dependientes, que mientras una cría de cualquier animal se pone de pie a los pocos minutos de nacer, un bebé sin su madre moriría irremediablemente y todo eso, pero me lo voy a ahorrar.

La debilidad es patente si nos fijamos en nuestra dependencia biológica, pero hay otros tipos de debilidad que si pensamos un poco llaman más la atención: son las debilidades humanas, y dentro de ellas una de las más patéticas es la que afecta a los que acaban perdiendo el sentido de la objetividad. Y no me refiero a Garzón. Dejémosle tranquilo de una vez. Me refiero a los que, dominados por su propio poder, se muestran fuertes con los débiles y débiles con los fuertes. Estos especímenes pueden encontrarse en cualquier ámbito. La política es terreno abonado, es verdad, pero en todos los ámbitos laborales y profesionales hay ejemplos de seres (iba a decir humanos) que incluso son inteligentes, y que acaban idiotizados por la adulación. Son aquellos a los que algunos acaban haciendo la ola para que no les llegue la onda expansiva de su incompetencia. Algunos sin esfuerzo, porque la anchura de sus tragaderas y su vocación de comepollas se lo permite, y otros con paciencia y dedicación, que el calorcito del poder y los favores futuros del poderoso siempre merecen la pena.  
Cuando uno tiene poder -y el político lo tiene, para qué negarlo- acaba rodeado de una camarilla de repugnantes personajes digna de un buen estudio sociológico. Es ahí donde se encuentra la clave para distinguir un buen político de un mal político. Lo de la capacidad para gestionar, lo de la eficacia, lo de la eficiencia, lo del acierto en la asignación de recursos, todo eso son bobadas de funcionarios. Los políticos están para otras cosas, y en el ejercicio de "esas otras cosas", cuando un político sabe poner distancia del coro de aduladores que constantemente revolotea a su alrededor, cuando tiene la suficiente personalidad para escuchar opiniones diversas (incluso enfrentadas), encerrarse consigo mismo y sacar sus propias conclusiones, estamos ante un político más que inteligente: estamos ante un político valioso. Sí, de esos que nadie ha visto por estos lares desde hace años... o décadas. 
Grandes políticos como Winston Churchill son, en definitiva, una mezcla bien combinada de ingenio, inteligencia, personalidad e inmunidad a la adulación. Políticos como los que padecemos ahora, sin embargo, suelen ser el resultado de un proceso de idiotización progresivo y directamente proporcional a la intensidad de la dosis diaria de adulación que reciben. Todo ello aderezado con una falta de formación y de compromiso de servicio altamente preocupante. Todo eso si hay suerte y además no empiezan a olvidar de repente los pisos, los chaletitos -qué palabro más ideal- de la playa y los caballos que poseen.
Me hace gracia cuando los periodistas de la cosa política hablan del "síndrome de la Moncloa": invariablemente, todos los presidentes de la democracia se han trazado al inicio de sus mandatos grandes objetivos de escuchar "al pueblo", de pisar la calle y de gobernar para todos (y todas, que dirían los analfabetos que nos gobiernan ahora), e invariablemente, todos han acabados encerrados en un autismo ausente hábilmente inducido por la tropa de asesores que acaba minándoles, dejándoles inválidos, dependientes, melancólicos (por incomprendidos) y ciegos, y que acaban siendo los que cortan el bacalao de modo indirecto. Ese "síndrome de la Moncloa" no es más que el desenlace del último acto de una ópera terrible: el líder antaño encumbrado por las masas borreguiles, sucumbiendo a la adulación, ahogado en su propia vanidad.
Es triste que personajes con una carrera profesional en muchos casos respetable y una carrera política más que prometedora, acaben convertidos en auténticos gilipollas colgados de un teléfono móvil que se creen el ombligo del mundo como consecuencia de la acción de los aduladores y de la hemorragia de vanidad que van dejando tras ellos.
Pero es lo que hay. A menudo hay justicia, y estos personajes de la política -débiles e inseguros como un bebé abandonado en una selva- acaban siendo orillados (a veces cruelmente rebasados) por sus propios consejeros de confianza, aquéllos que durante años se han dejado la vida y la imaginación para crear una cortina de humo hábilmente tejida y disimulada que anulara la inteligencia y la objetividad del líder. 
La selección de las especies es así de cruel. Aunque he de confesar que no sé si prefiero que me gobierne un inútil vanidoso sin personalidad o el cabrón maquiavélico de su asesor.

2 comentarios:

Dailea dijo...

"y todas, que dirían los analfabetos que nos gobiernan ahora" jajaja sublime.
Ya que mencionas el libro, diré que me sorprende lo poco que hemos cambiado. Aun siguen habiendo Sarumans, serpientes, y algunos Theoden que se creen reyes de Gondor.

Dailea dijo...

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http://www.elmundo.es/elmundo/2010/04/19/castillayleon/1271688929.html