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lunes, mayo 17, 2010

ES LA GUERRA

Observo esta lucha entre humanos funcionarios y no funcionarios con suma atención. A un organismo nanotecnológico como yo, estas cosas que rozan el colmo de lo absurdo siempre le ponen los sistemas en estado de alerta automática. Por lo curioso del fenómeno.
Como ya sabrán, voy por la vida disfrazado de funcionario. No vean que estrés. El otro día me abuchearon por la calle. Y uno hasta me dijo que era un parásito de la sociedad enganchado a la teta del Estado. Es curioso. Porque podría haberle fulminado sin pestañear con una descarga biónica del 15 y haber pisado sus cenizas humeantes, pero preferí pasarlo por alto. Mi bondadoso espíritu de funcionario, acostumbrado a que me den por todos los lados, me lo impidió.

Como me resulta difícil sustraerme a esta declaración de guerra, yo también quiero contarles mi experiencia de los últimos días: el martes se me estropeó el horno. Llamé a un técnico y me dijo que me atendería a la mayor brevedad. El técnico en cuestión, un pavo sin afeitar y con una pinta de guarro que espantaba, tardó dos días en aparecer por mi casa, pero al fin apareció. Y después de arreglar el horno -no sin dejarme el suelo de la cocina lleno de mierda- me preguntó si quería la factura con IVA o sin IVA. Yo le dije que si era consciente de que el IVA que no se paga repercute en las prestaciones de todos, en la sanidad, en la educación, en los servicios públicos en general. El tío me miró como si tuviera delante al cuñado de Norman Bates y me dijo con prisa que eso no era cosa suya, que me aclarara. Eso sí, el desplazamiento me lo cobró como si hubiese venido de Burgos. Y eso que tiene el taller en la calle de la esquina, en un garaje que no debe estar ni declarado como taller de reparaciones.
Después del episodio del horno, para celebrar que la reparación (10 minutos) sólo me había supuesto 140 euros (exactamente el doble de lo que gano yo en toda una jornada de trabajo funcionarial de ocho horas), me fuí a comer a un restaurante. Por supuesto, de menú del día, que no están las cosas para tirar cohetes. Me atendió un camarero antipático que olía mal y que tardó mas de media hora en atenderme; debía estar muy estresado, porque me trajo la comida fría y me puso una indisimulada mala cara cuando no dejé ni un céntimo de propina. Llamé a un taxi para volver a casa. Cuando subí, los asientos estaban sucios y el coche olía a Faria que tiraba para atrás. El amigo me dió una vuelta turística por la ciudad alegando no sé que obras. En el momento de cobrarme, encendió otra Faria para celebrar los 20 euros de la carrera. 
Cogí mi móvil y llamé a un número de atención al cliente. Era una llamada que tenía pendiente, porque quería modificar un servicio que ya tenía contratado. Después de diez minutos escuchando música me atendió una persona que no supo solucionar mi problema y que me derivó a otro departamento. Tras otros cinco minutos escuchando la misma música, tuve que explicar mi problema por segunda vez a otra persona que, según dijo, se llama Davinia Melisa y que parecía que me hablaba desde Quito. Que digo yo "¿serán capaces de situarse ante un problema que se plantea a miles de kilómetros en un país desconocido con unas costumbres y una idiosincrasia desconocida?". En efecto, no supo situarse, y me pasó con una tercera persona. A la cuarta persona que pretendía que le volviera a explicar mi problema la mandé directamente a tomar por culo. Pobre, no tendría culpa de nada, pero es que ya saben, soy funcionario y soy un borde. 
Después del fracaso de día que llevaba, decidí irme a casa. Desconecté mis sistemas no esenciales y me metí el cable USB por la nuca, a ver si así me tranquilizaba un poco. 
Al día siguiente acudí al banco a preguntar, porque me habían cobrado unas comisiones que no entendía. Entiéndanme, soy ajeno a este planeta (iba a decir de mierda) pero para perfeccionar mi coartada tengo hasta libreta de ahorro. Que más parece de desahorro. Claro, siendo funcionario, ¿qué se puede esperar? El caso es que el empleado de la sucursal me dijo que no podía solucionármelo, que hablara con el director de la oficina. Mientras esperaba, observé un cartel que decía que a los nuevos clientes que domiciliaran su nómina se les regalaba un navegador GPS. Creánme, ese GPS de mierda no puede ni soñar con competir con mis sistemas de orientación vía satélite, pero pregunté por curiosidad si a los clientes que teníamos la nómina domiciliada desde hace años nos daban algo. La amable señorita me dijo, literalmente "las gracias". Volví a sentarme reflexionando sobre la situación. Esperé más de hora y media y al final me fui, porque el ocupadísimo señor director "no podía atenderme". A los pocos minutos le vi saliendo con otro tipo trajeado, y riendo a carcajadas, entraron en el bar de enfrente. 
Por la tarde fui a recoger el coche del taller. Lo que era un simple cambio de aceite se convirtió en "Te he puesto nuevas las pastillas de freno, que estaban gastadas, y el anticongelante. Y he cambiado el tapón de la culata, que rebosaba un poquito".  250 € del ala sin pedirlo.
Todavía estoy esperando a que el albañil (que también pretendió cobrarme en negro) se digne a arreglarme los desperfectos que me causó en la tarima cuando hice la reforma de mi piso hipotecado por 30 años.
Y pregunto yo:  ¿alguno de ellos es funcionario? 
Sólo sé que por la noche, ya en la comodidad de mi casa hipotecada, me dediqué a zapear por los diversos canales. Y vi al Ministro de Fomento en La Noria. No podía creerlo. Miré la composición de la mezcla de oxígeno que me estaba metiendo. Negativo. No había gases tóxicos. Mi estado de consciencia era del 100 por 100. Era Pepiño. En La Noria. Explicando, con esa mirada miope y esa boca salivante digna de un reptil estepario, por qué es de justicia que me recorten el sueldo, porque no soy más que un privilegiado insolidario que tiene que arrimar el hombro y contribuir a que España salga de la crisis. Así. Como si la crisis fuera algo ajeno a este gobierno, algo que, no se sabe cómo, ha caído del cielo. Mientras tanto, la ministra de Incultura, con esa languidez y ese pasotismo que la caracteriza, dejaba meridianamente claro que no piensa retirar las ayudas a los amiguitos del cine.
Conclusión 1: seguiré descargando películas.
Conclusión 2: seguiré negándome, por principios, a pagar por ver cine español. Es más, cuando pretenda ver una película española subvencionada, me presentaré en el cine con mi declaración de la renta y exigiré entrar gratis, pues yo soy productor de la película y los productores entran por la cara, que me lo han contado.
Conclusión 3: el próximo viernes pondré "Donde estás corazón", a ver si veo algún otro ministro que me siga explicando esta técnica de la patada indolora.
Conclusión 4: Voy a pedir la excedencia y a montar un negocio de reparación de hornos. A ver si mis jefes me lo autorizan.

2 comentarios:

Dailea dijo...

Me recordaste a cuando mis amigos me miran como si estubiera loca porque no me importa pagar un poco más cuando hay que hacerlo, mientras ellos se buscan la vida para que todo les salga más barato.

Anónimo dijo...

Menudo dia el Martes....
¿¿ponemos el negocio de los hornos a medias??